viernes, 21 de septiembre de 2018

¡Recupero mi blog olvidado en 2013!

Como solo queda una semana para que cierre la bella exposición La cocina de Picasso, aquí va mi artículo, que escribí en su día para el Quadern de El país.

Pintura que se degusta: la cocina de Picasso



Picasso no era un artista gourmet y mucho menos gourmand. Se le conocen bien sus gustos culinarios: muchas verduras y frutas, carne y pescado siempre de buena calidad, miel, queso y agua mineral que a veces, en el bistrot Les Deux Magots, ni probaba. 

Pero si esta exposición se titula La cocina de Picasso es porque al pintor malagueño , aferrado al mundo real -una de las claves de que nunca fuera un surrealista- le gustaba pintar no solo a sus mujeres sino también objetos, y entre ellos, además de los instrumentos musicales de su primera época, los bodegones. Porque el término “cocina” no solo implica el lugar donde se elabora la comida , sino también los ingredientes, los utensilios, los restaurantes que frecuentó, la escasez de alimentos durante la Segunda Guerra Mundial , hasta los propios bodegones que como el mundo sabe, son un género en sí mismo en la disciplina de la pintura, al igual que el paisaje o el desnudo. 

“Querer las cosas y comérmelas vivas “ escribió Picasso en 1935, un fragmento que se cita en numerosas ocasiones en el magnífico catalogo de esta exposición, que divide su contenido en nueve salas, cada una con un tema, todos ellos bien escogidos. Lo que destaca en esta muestra es la belleza de cada una piezas, sin excepción, las unas rotundas , las otras sutilísimas, las otras extremadamente radicales. 

Se inicia con la atmósfera del Quatre Gats y del Lapin Agile, en donde destaca un dibujo que nos recuerda la consciencia social del joven Picasso. En él vemos a una suerte de predicador frente a una familia de pobres y en donde leemos: ”Os hablo de cosas muy importantes, de Dios, del Arte. -Si, si, pero mis hijos tienen hambre”, una denuncia manifiesta acerca de la miseria de las clases desfavorecidas.

La cocina cubista es una de las salas mas espectaculares, con una Manzana de 1909 que antecede a la famosa obra Desarrollo de una botella en el espacio de Boccioni (1912) por su línea curva que sugiere un movimiento de rotación. Y en esta misma sala vemos dos pequeños óleos excepcionales, Frutero con peras y manzanas y Vasos y frutas, ambos de 1908. Ha sido muy buena idea dedicar otra sala a “Los utensilios de la cocina” porque Picasso (como luego haría Miró, inspirándose en él) utiliza cualquier material para construir sus esculturas, en ensamblajes que suelda con la ayuda de Julio González. Así su magnífica Cabeza de mujer de 1930, hecha con dos grandes coladores. Pero más radical aún es su Figura de 1935, cuya cabeza es un cucharón, los pechos dos listones de madera amarrados por cordeles y sus brazos dos rastrillos. 

En tiempos de guerra, la comida escaseaba -aunque recordemos que Picasso era rico y podía comprar en el mercado negro- y en su obra de teatro El deseo atrapado por la cola hay numerosas referencias a la comida, asociada al sexo: “tu boca es un nido de flores, tus caderas un sofá (…) tus nalgas un plato de cassoulet…”, escribió en 1941. Y del mismo año es una excéntrica y genial escultura, Flor, hecha con un mendrugo de pan como base y papelitos recortados. La obra salió en subasta de los bienes de Dora Maar en 1999 y actualmente es propiedad de una galería parisina.

Se ven pocas obras grandes pero una de ellas es Café en Royan, una explosión de color (1940) y otra es Niño con langosta (1941) cuyas distorsiones recuerdan a las de Mujer peinándose (en realidad, un retrato de Dora Maar) , prueba de que el pintor distorsionaba a sus personajes sin distinción de sexos o edades. 

Del resto de obras, destacaríamos la contundencia y poesía con que describe a sus morenas, lenguados, congrios y erizos, y una característica peculiar : sus animales muertos, dispuestos a ir a la cazuela, parecer moverse en un último aliento, algunos incluso con ojos simpáticos o por el contrario, asustados. Pero también las frutas tienen vida propia, pues las cerezas parecen bailar en su frutero mientras las naranjas se mueven al son de la potente luz de una lámpara.

El único mini reparo que puede ponérsele a esta muestra es la presencia de Ferràn Adrià. Picasso no necesita de Adrià para brillar ni para tener público, y la participación del cocinero –a quien no negamos su genialidad culinaria- se parece demasiado a un trabajo de bachillerato, con unos dibujos que mejor estarían bien guardados en una carpeta.


Victoria Combalía

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